El lamento de Dor-lómin

Archivo para diciembre, 2013

kami (espíritu japonés)

Kodo – Spirit of Taiko

Taiko

Un taiko (太鼓? literalmente «gran tambor») es un tambor japonés de un diámetro de 1,3 m, tocado con palillos de madera denominados bachi. Fuera de Japón, el término se refiere a los distintos tipos de tambores japoneses. Tambor en japonés se escribe ‘wa-daiko’. Taiko también se refiere al relativamente reciente arte de ensamble musical de percusión taiko (en japonés, conocido como «kumi-daiko» ).
El taiko es empleado en muchos eventos festivos tradicionales de Japón, siendo en ocasiones el centro de atracción, como en el Bon Odori, una danza tradicional. Debido a su gran peso los japoneses suelen dejarlo fijo en un sitio (pasa lo mismo con el piano), para no tener que llevarlo con gran esfuerzo a otro lugar. Su peso oscila entre los 295 y 310 kilogramos. Ambos extremos están cubiertos por membranas, pero solo se percute de un lado con un grueso par de mazos de madera. Los que se ganan la vida gracias a este fantástico instrumento lo transportan en carretas, y los más atrevidos, lo llevan a la espalda.

Tipos de taiko

Los tambores taiko son clasificados en dos tipos de construcción. Byou-uchi daiko (de parches clavados en el cuerpo) y Tsukushime-daiko (de parches fijados en aros de metal y con cordones cosidos).

Los tambores Byou-uchi daiko son hechos de troncos ahuecados y no son afinables. Dentro de este grupo están los siguientes tambores:

Odaiko de 2.4 m x 2.4 m y 3 tons., hecho de un árbol de 1200 años, y tambores nagado-daiko.

•    nagado-daiko: tambor con cuerpo abarrilado, con medidas de 16″x20″ a 30″x36″
•    odaiko es el tambor más grande de taiko. Algunos de estos tambores son tan grandes que no se pueden mover y tienen su residencia en un templo o santuario
•    hira-daiko: tambor plano colgante, 36″x14″ a 60″x24″
•    sumo-daiko: tambor pequeño abarrilado
•    gangu-daiko: tambor pequeño para niños o regalos

Los tambores tsukeshime-daiko están disponibles en variedad de tipos y son afinables. Ese tipo de taiko es tensionado en sus cuerdas antes de cada ejecución. El cuerpo puede ser de una sola pieza de tronco o de estacas. Dentro de este grupo están los siguientes tambores:

•    shime-daiko: con forma de un tambor redoblante, con varios tamaños de 14″x6″ a 16″x9″
•    hayashi-daiko: tambor brevemente más largo que el shime-daiko
•    tsuzumi: pequeño tambor con cuerpo en forma de reloj de arena
•    okedo-daiko: tambor con cuerpo de cilindro con tamaños de 24″x24″ a 60″x96″
•    katsugi-daiko: tambor con cuerpo de cilindro, más ligero que el okedo-daiko, de 14″x14″ a 18″x16″

Historia del taiko

Junto al uso guerrero de los tambores taiko en el Japón antiguo, estos instrumentos también establecieron una fuerte fundación en el estilo de música de corte conocida como Gagaku, el cual es uno de los más viejos estilos musicales de corte que todavía se toca en el mundo.
El taiko actual fue establecido en 1951 por Daihachi Oguchi, quien es acreditado con formar el primer ensamble de taiko moderno referido como kumi-daiko y de empezar la popularidad moderna de los conciertos de taiko. Daihachi Oguchi fue primero conocido por sus interpretaciones de batería en el jazz. Para su idea de reunir un conjunto de tambores japoneses, se inspiró en la batería de jazz, juntando tambores de varios tamaños, formas y tonalidades.

Fuente: Wikipedia


oscuridades…

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Dominio

Necesito tener el alma mansa
como una triste fiera dominada,
complacerle con púas la tersura
de su piel deslumbrada en mansedumbre.

Es preciso domarla, que su fiebre
no me tiemble en la sangre ni un minuto.
Que la aneguen los fuegos del aceite
más espeso de horror, y que resista.

¡Oh, mi alma suave y sometida,
dulce fiera encerrándose en mi cuerpo!
Rayos, gritos, helor, y hasta personas
acuciándola a salir. Y ella, oscura.

Yo te pido, amor, que me permitas
acabar con mi tigre encarcelado.
Para darte (y librarme de esta furia),
una quieta fragancia inmarchitable.

Carmen Conde

 


incendios…

incendios.jpgPasión

Unos besan las sienes, otros besan las manos,
otros besan los ojos, otros besan la boca.
Pero de aquél a éste la diferencia es poca.
No son dioses, ¿qué quieres?, son apenas humanos.

Pero, encontrar un día el espíritu sumo,
la condición divina en el pecho de un fuerte,
el hombre en cuya llama quisieras deshacerte
¡como al golpe de viento las columnas de humo!

La mano que al posarse, grave, sobre tu espalda,
haga noble tu pecho, generosa tu falda,
y más hondos los surcos creadores de tus senos.

¡Y la mirada grande, que mientras te ilumine
te encienda al rojoblanco, y te arda, y te calcine
hasta el seco ramaje de los pálidos huesos!

Alfonsina Storni

 


Pas de deux…, mais trois

03 Gracias G-M-P
Dos almas, dos sonrisas, dos entregas que son una
Un abrazo en dos manos que son cuatro,
ningunas mías ya,
ningunas suyas ya…
Todas son ya tuyas.

Dos pares de miradas que devotan un ruego henchido…
Un par de corazones que profesan un mismo credo…

Por favor, nuestro adorado, querido, amado Dueño…

Concédenos tu Doma… Haznos completamente tuyas…

Gatita de Mitxel
Potrilla de Mitxel
Diciembre 2013


impaciencias…

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Detenida en el hueco de tu espacio…

Detenida en el hueco de tu espacio,
fácil a la impaciencia de tu mano,
en el juego incansable, agua y luz,
de la arena y la ola por la playa.

Encendida de ti, llama en tu fuego,
varada ya en tu orilla, puerto y ancla,
presintiendo las cifras de la resta,
mientras sumo otra vez amor y duda.

Otra vez a volar, redoble, vuelo.
A contra luz voltean las campanas
el alegre repique de esta tarde
en vuelo por el aire de tu torre.

Concha Lagos

 


exámenes…

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Sucesiva

Déjame acariciarte lentamente,
déjame lentamente comprobarte,
ver que eres de verdad, un continuarte
de ti misma a ti misma extensamente.

Onda tras onda irradian de tu frente
y mansamente, apenas sin rizarte,
rompen sus diez espumas al besarte
de tus pies en la playa adolescente.

Así te quiero, fluida y sucesiva,
manantial tú de ti, agua furtiva,
música para el tacto perezosa.

Así te quiero, en límites pequeños,
aquí y allá, fragmentos, lirio, rosa,
y tu unidad después, luz de mis sueños.

Gerardo Diego

 


alabanzas…

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Elogio del placer en Sevilla

En qué pliegue de tu carne desdoblada
anidaba el placer

y por qué ahora
tras un vuelo instantáneo
dilata el magnolio
desborda el río
excede el vino la torre de naranjos

por qué respira tanto
en el pecho del mundo.

Jorge Riechmann

 


balances…

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Autobiografía

¿Versos autobiográficos ? Ahí están mis canciones,
allí están mis poemas: yo, como las naciones
venturosas, y a ejemplo de la mujer honrada,
no tengo historia: nunca me ha sucedido nada,
¡oh, noble amiga ignota!, que pudiera contarte.

Allá en mis años mozos adiviné del Arte
la armonía y el ritmo, caros al musageta,
y, pudiendo ser rico, preferí ser poeta.
-¿Y después?

-He sufrido, como todos, y he amado.

¿Mucho?

-Lo suficiente para ser perdonado…

Amado Nervo


sinceridades…

sinceridades.jpg

 

Hoy me han dicho tus ojos…

Hoy me han dicho tus ojos
lo que has guardado en silencio,
supe lo que han callado tus labios
cuando tus ojos me vieron…

Si tus labios no me dicen
lo que tus ojos dijeron,
mejor te voy a besar los ojos,
por sinceros…

Ligia García y García

 


Velas de hojas a barlovento

016 Gracias G-M - 18 - tres

 

A cubierto…

Era un bardo. Alto, flacucho y soñador. Y su voz era diáfana.
Afinó unos segundos su arpa mientras aprovechaba el calor del hogar en la humilde casita de pescadores.Sus ojos paseaban pensativos por las caras expectantes de sus anfitriones. Un viejo marino retorcido como un árbol demasiado tiempo expuesto al aire del mar, una mujer que a fuerza de tener hijos y perderlos en las olas se había hecho toda ojos y en su mirada ya se sentía la resaca de la vida. Y una niña pequeña callada, quieta,  vestida como un muchacho y con ansias de navegar.
El arpista rasgueó suavemente las cuerdas, tomó un sorbo de fuerte vino, y llamó a su voz.

“Esta es la historia de un viaje, de un descubrimiento y de una leyenda. Esta es la Historia de Hojatierna y los navegantes de árboles vivos. Es la Historia de un principio y un fin”.

Principio y fin…

La niña se aferró al tronco del gran roble. No con los dedos, que sí estaban engarfiados buscando desesperadamente un hueco en el que enterrarse. No  con el menudo cuerpo, que sí estaba empapado, entumecido y  tembloroso, completamente doblado en una curva imposible.
Con todo su pequeño ser. Se aferraba con cada fibra de  pensamiento, con cada nervio deshilachado. Su mente vagaba aterrorizada entre espasmos de lucidez.
Y la oscuridad se cernía sobre ella. Fuera y dentro.
Y a través de sus dedos sentía dolor. A través de su cuerpo, la consciencia. A  su mente…a su mente llegó la voz.
“Ya ha pasado todo, Hojatierna. Cierra tus ojos y mírame”.
Y la niña cerró sus ojos. Y vio negrura. Y en el centro de la negrura, lejos, cerca, un roble esbelto de plateadas hojas. Que la llamaba.
Abrió los ojos.
Y el mismo roble había sido hendido por un rayo letal. Sus ramas timoneras pendían lacias tras él.
El mundo había sido lavado. Borrado. Y rehecho.
Y en esa negrura limpia y suave oculta tras los párpados ya no estaba él. Sólo el eco de su voz y una figura neblinosa.

El rayo que azota en alta mar siempre lo hace dos veces…

Hojatierna yacía en el pañol, horas después, abrazada por dos ramas leves, un pequeño contacto. Y todo ardía.
El sol estaba justo encima de ella, curioseando, secando y nada más.
“Ya ha pasado todo, Hojatierna. Cierra  tus ojos y mírame”.
Y miró. Estaba sola en el barco vivo. Ante ella, el mundo se curvaba en honduras derramadas de agua en calma. Tras ella, el árbol Nadir. El roble que hacía las veces de mástil y timón del hermoso árbol vivo, el Apagapenol. Y seguía hendido por el rayo.
Sin mirar supo que el tronco grisáceo había muerto. Y dentro reposaba encapsulado, sereno, su padre, su patrón, su maestro.
Así el árbol, a pesar de todo, vivía aún.
El sol se acostó donde moría el cielo. Estaba seca, pero tenía frío. Y sin saber muy bien por qué, mordió la varilla que extremaba la rama más cercana a su boca. Y bebió. Luego ya no pudo  abrir los ojos.
Nadir estaba ondeando las hojas en su dirección, invitándola a sentarse con él y con la figura que, sonriente, era su padre.
“Ahora tú serás el navegante del barco Apagapenol. Ven, aprende”.
Aprendió.
En una sucesión imposible de memorias, Hojatierna supo de su no existencia, un punto inmóvil en el universo del útero. Y creció. Y nació. Cada mirada, cada palabra, salieron a la luz de su recuerdo. Hojatierna. Su padre abrazándola. Su madre meciéndola. Nadir. Su casa viva y flotante. Su madre andando sobre las hojas danzantes de los Sargazos. Volviéndose. Diciendo con los ojos adiós. Y años de sal y de aire nuevo y caliente. Y su padre, Raíz, uniendo su mente al roble callado. Y cómo sus pequeños brazos crecían, aprendían a trepar, a escapar del mundo extraño de un adulto solitario. Y cómo las piernas sentían la ingravidez de un corto vuelo entre hojas henchidas como una vela balón. Nadar, pececillo, limpiando de restos voraces las raíces remeras del roble y sentir cosquillas en el paladar. Dejarse guiar por los largos timones en un sueño de estelas espumosas, su cuerpo una hoja más. La dicha de navegar sin rumbo ni concierto, sólo navegar.
Y el rayo que hiere y rompe, la luz que acuchilla , que hiende. El trueno que enmudece alaridos. De pronto enemiga la amiga mar. Algo se rompe dentro, al fondo, algo se va de su sangre. Aferrarse al tronco de plata, querer en él entrar. Y no hay hueco tranquilo, no hay palabras de ánimo, ni ronroneo de hojas. Y no hay brazos de padre, ojos de madre, raíces de dulce savia ni ayuda en su solaz.
Sólo queda su pobre esperanza de ser tronco, raíces y ramas. Entonces lo ve. Vacía, se llena. Llena se entrega. Hay algo nuevo en su interior. Y algo tan viejo como el primer roble marinero y el primer navegante del Apagapenol. Luciérnagas de memoria aún rondan su cuerpo.
Vuelo de segundos, ante la febril búsqueda de un punto de apoyo, la niña regresó a la vida.
Debía navegar hacia Bahía Aplacerado.
Con la mente de su padre, Raíz. Y el cuerpo negro de un roble agonizante.
Sus pies ya sabían donde pisar, sus manos dónde descansar, y descendió a las raíces flotantes del gigante arbóreo. Frente con frente, señaló el rumbo a Nadir. Con las manos dulcemente olvidadas en la corteza, expulsó de sí misma la voluntad de avanzar.
Era una niña, sólo una niña. Sobrevivir.
Tras un leve temblor lleno de silencioso entendimiento, el Apagapenol corrigió su rumbo, orientó sus hojas y avanzó.

Sobrevivir.

Sintiendo…

En Bahía Aplacerado dos arboladuras se mecían suavemente con las ramas entretejidas, dejando que el sol las secara. A su alrededor flotaba toda una balsa de ramitas quebradas, como pequeños junquillos con su vela mayor henchida. Y astillas peligrosas que giraban locamente sin objeto. Restos de conciencia viva que acabarían por hundirse en el lecho del mar.
El lugar no haría honor a su nombre hasta que sus aguas fueran cristalinas de nuevo. Y eso no sucedería hasta que el último de los barcos llegara a casa tras la larga y tormentosa noche.
Mientras la gran Baluma consolaba al joven Barbiquejo con ramas y raíces, avanzaba la mañana. Sus navegantes, ambos en la orilla, muy cerca, muy tensos, clavaban la mirada en el horizonte.
El muchacho, Pruno, electrizado por la ansiedad, se tironeaba la larga trenza. Mientras, Baya Mar Adentro, curtida en muchas tormentas, esperaba sus preguntas envuelta en una especie de gran vacío interior pues Raíz ya no estaba y ella ya lo sabía. Hojatierna debía regresar.
-Esperemos un poco más, Pruno, hemos acordado reunirnos siempre aquí tras una tormenta tan dañina como la de anoche. Y esperaremos aquí lo que haga falta. No, espera, déjame acabar. Tu mástil mayor está agotado, ha perdido sus reservas de agua dulce y mira cuántas astillas rodean a nuestro barcos. Hasta que no estéis recuperados ambos, no os vamos a dar permiso para zarpar. Ten paciencia, hijo. Mira, a estribor asoman Hojas. Por la altura, yo diría que es la mayor del Briol.
Antes de que la entristecida mujer acabara de hablar, tanto el Barbiquejo como el Baluma comenzaron a agitar sus ramas y ondear sus raíces en dirección a la nueva arboladura. Llamándola, recibiéndola, saludándola.
Instantáneamente, el gran abeto del Briol corrigió su rumbo hacia la pequeña ensenada donde le esperaban. El movimiento de sus hojas era alegre, y el color plateado de su casco indicaba una gran emoción. En lo más alto de su mayor, su navegante agitaba una gran vara desnuda. Se trataba de Espora, el patriarca de los navegantes de las arboladuras vivas.
Tras el Briol, en rápida sucesión, fueron apareciendo las Hojas del Pantoque, el Sampán y el Tormentín, todos más pequeños que el primero, pero no más lentos ni en sus saludos ni en su velocidad.
Y todos traían la misma noticia: “Ella abrió los ojos. Ella miró. Ya llegan, ya avanzan. Nadir ondea una sola mano. Raíz…murió.”
Cada árbol traía sus astillas, sus miedos, su alivio, el recuerdo de una travesía truncada.
Y el dolor. Pronto, sabían, su rumbo sería una línea recta al Mar de los Sargazos.
Mientras, debían decidir quién haría de ancla del Apagapenol en la Búsqueda de un nuevo Nadir para Hojatierna. El agua misma traía en sus ondas la voluntad de la pequeña por llegar.
No había terminado el día cuando, primero una voz, luego otras, no todas humanas, saludaron la llegada del quebrado Apagapenol.

“Nadir ya es más que Nadir. Hay Hojas a barlovento.”

Concierto…

Y Hojatierna vuelve a ser sólo una niña, trepa por el tembloroso timón hacia los brazos de su abuela. Y Baya la recibe y comparte su silencio.

Ya de noche, proas con proas, la estrella de árboles sintientes, con Apagapenol en su centro, recitan sus historias de nuevo. Y uno a uno, cada navegante, sube a su pañol. Son las hojas las que hablan, son las ramas las que susurran, las raíces las que danzan. El alma de Raíz abarca los silencios y los transforma. Frentes con frentes, pieles y cortezas,  el Cónclave llega a una decisión.
-Hojatierna, circunvalando las crestas del Mar Arisco, llegarás a una pequeña ensenada. Allí nació al mar Nadir. -Espora habla despacio, esparce su querencia en ondas de comprensión. Pero es un hombre acostumbrado a navegar en solitario. La niña recuerda otra voz.
Y la imagen de un esbelto roble de tronco plateado deslumbra internamente a la pequeña.
-Poco antes de llegar debéis llamar a su vástago. –Baya mueve su aliento hacia las manos de Nadir. Un crepitar incipiente sacude al viejo árbol.
Y un borroso y húmedo bosque centellea tras el roble de su mente.
-Llevarás un Ancla contigo. Que avance las hojas un voluntario.
Humilde y sencillo, le roza Pruno con las ramas de Barbiquejo una amura al Apagapenol.
-Yo seré tu ancla.
“Yo seré tu timón”.

Y algo se mueve en la más oscura de las simas.

-El sauce se mueve rápido y su navegante  maldito busca otro mástil, igual que tú.-La mujer que dice esto no es la dulce Baya. Es la madre enfurecida, la esposa dañada.
-Hojatierna, mi pequeña niña, cuídate de él.

Y algo se mueve en la más oscura de las simas. Ascendiendo hacia la luz.

Y alguien siente nacer la curiosidad dentro de sí.

Mar adentro…

Fue un hermoso sauce de lisas varas adornadas con vanidosa languidez. Y supo de la dicha. No creció solo.
Es un sarmiento doblegado a la mente exiliada de un hombre, raíces y ramas igualmente retorcidas.
Manejado el amor con rencor. Se llamaba Roncero, pero lo ha olvidado.
Y el hombre que escupe su alma hacia delante, frente quemante y corteza lacerada, se llamaba  Portulano a sí mismo. Siempre lo recordarán los demás como al Expulsado.
El mar atrajo al rayo. Dos veces Roncero lo besó. Y saboreó en la muerte cercana el calor del alivio.
Se equivocó.
Portulano no descansaría hasta conseguir un nuevo Nadir. Y la fuerza del odio retorció los hilos internos del árbol. Ya sin hojas, sólo látigos. Pero vivió.

Hay una gran sombra  esperando.
De una  sombra nace algo esperado.

Búsqueda…

Pruno de Aguas Vivas  es un joven muy locuaz. Hojatierna, piel morena, pelo de trigo, sabe escuchar. Trabados van sus árboles, por ramas y raíces mientras silban las hojas y las millas quedan atrás. Cada uno en su pañol . Una mano distraída acariciando un dedo de madera.
El abrego empuja suavemente a ambas arboladuras en dirección noreste, rumbo a Mar Arisco. Pero el mar es un gran espejo aborregado, no hay Hojas en la mar.
El roble esbelto está más cerca. Hojatierna se deja llamar. La voz de Pruno se diluye en un silbido de hojas que saludan, canon tierno de arrullos para la pequeña. Y Raíz susurra en su oído…Sus párpados pesan…
“Hola, obenquillo, veo que te apetece hablar…”
Era un hombre con piel de corteza, ojos hundidos de mirar más allá, manos nudosas, con las palmas secas y calientes, extrañamente tiernas, cuidadosas al tocar. No hablaba mucho, miraba bien. Y se placía en el silencio compartido de su árbol amigo al navegar. Sin embargo, se le rompía fácil la sonrisa al encontrar algún delfín cercano, o cuando se veía salpicado por el sifón de una ballena curiosa. Era un hombre tranquilo, un poco triste, un gran capitán.
“Voy a contarte algo, de una vez…Era de noche y ayudaba a Nadir a desengancharse de una malla de sarmientos flotantes. Estaba un poco cansado y me quedé dormido en una raíz del timón. Me gusta dormir en abierto, con las estrellas de colcha y espejo. Y de pronto sentí un bofetón. Al incorporarme no había nada. Nadir estaba dormido, callado, quieto. De pronto pensé en alguna traviesa sirena, Neptuno enfadado, qué se yo…Tenía la cara mojada, me había sobresaltado tanto que ya no podía volver a dormir. Y recibí otra bofetada húmeda. Sentía ofuscación. Me decía ¿qué has hecho?¿qué has olvidado?¿por qué?.
Y sabes, Nadir empezó a reírse, exactamente como ahora al recordarlo.”
El padre se acaricia el mentón, recordando su sorpresa. Hojatierna sonríe. Siempre le gustó el suave pelo de su barba encanecida, el bigote, bromear dándole un suave tirón.
“¿qué era, padre?”
Y el hombre mira a su hija muy adentro, absorbe el timbre de una voz interna nueva, más madura, ya crecida, más cercana. La primera voz que ella le regala en su interior.
“Era un pez volador. Solamente un pez volador”.
Hay un segundo de silencio. Luego, el roble, el padre, la hija, se dejan llevar por una risa nueva y sana. Es un río desbordado el que limpia los caminos que aun quedan por cruzar.
Y Hojatierna cruza ese camino, lo recorre, lo acaba.
Hay un roble esbelto acompañado por dos figuras de nítida realidad. Y esas dos figuras, al fin, son una en la corteza de Nadir. Profundo es el calor de su encuentro. Lejanos quedan el miedo y la soledad.

Abarloados…

Las raíces de Apagapenol y Barbiquejo  se agitaban en espasmos de rabia. Había ira en las lanzadas, en el remo había un oscuro limo  fétido y pegajoso.
Catapultada, confundida, Hojatierna posa su mano en las ramas, pregunta, solloza.
Pruno maldice y se zambulle, su mástil se agita, las aguas espumean.
La sombra que les atenaza inunda sus mentes, los árboles enloquecen, caen las hojas.
A través de las aguas llega una risa rota, esperpéntica, desquiciada. No hay Hojas a sotavento, no hay rastro de arboladuras…sin embargo, Nadir se acalla. La bruma les rodea y se espesa por momentos.
“Retén el aliento, mira hacia dentro, encuentra el aullido, concentra tus fuerzas.
Déjalo salir. Abrázate a mí”.
Y la niña obedece. Y el mar tiembla entero. La risa enmudece. El limo se aclara.
Hay sol de nuevo. De nuevo.
A muchas millas de distancia Baya cierra los ojos, cierra las manos, cierra la mente.
Retiene el aliento, busca y encuentra. Lo deja salir.
Junto a Baya, Espora se abraza a un remo, la raíz se estremece, lanzada al agua expele un ronco murmullo cargado de amenazas.

A seis millas de la costa brumosa y acantilada, una arboladura giraba enloquecida. Justo debajo de ella, la sima abisal.

Cerca, arriba, un bosque se mueve.

Abismado…

Algo le había despertado, algo viejo, casi tan viejo como el mundo. Una pequeña vibración se extendía desde sus tentáculos hacia dentro, le quemaba, le exigía moverse, deslizarse de nuevo hacia la luz, la odiada luz del ojo que no tiene velos.
Y un estremecimiento empezó a nacer y pulsar desde su aún adormilado cerebro.
Con una furia que le regocijaba, por lo extraordinaria, bienvenida, el gran monstruo cambió de color. Y el fondo de un negro imposible perdió la capa de arena que cubría a la bestia.
Estrellas de concentrada luminosidad se extendieron hasta los palpos. Cada ventosa estirándose y contrayéndose en anticipada ansiedad.

Y las olas crecen, el agua sabe.

Roncero tiembla. El único que ríe es un hombre desesperado a bordo de un árbol requemado y  por el rayo, hendido.
Fustigado, acosado, perseguido, el viejo sauce obedece y llama al nuevo Nadir. Extiende sus agotadas raíces, sus remos, sus ramas, y los aúna en la vieja canción que habla de agua eterna, de aire querido, de sueños y de sal. Canta a la libertad de ser dos y ser uno, canta al anhelo de un buen compañero.
Pero la canción le transporta más allá de sí mismo, y también canta el dolor, el desamparo, el odio y el fuego. Canta la decepción, el terror y el miedo. Y habla del navegante que le ha poseído. Y habla de la locura y la enfermedad que le está matando. Habla de destrucción, de muerte, de invierno en el alma drenada.
Y susurra al aire y al mar, por fuera, por dentro. Llora. El sauce llora, gime con su última savia verde.
Y canta la risa atroz, ondea en su voz la muerte segura que le promete el Gran Viejo.
Y se despide de todos y cada uno de sus viejos compañeros, ahora el canto hermoso anhelo.
Y ya no llama a ningún Nadir.

Ya no canta. Sólo gira y espera, gira y espera. Ha recordado. Y su recuerdo prende en su savia una luz diminuta de esperanza.

Se llamaba Roncero.

Y el limo le alcanza, pestilente, áspero, artero.

El viejo Horror tiene fino el oído. La maldad que destila la locura espolea su hambre acumulada. Casi ya al alcance de sus ventosas están los antiguos enemigos. Las mentes abrazadas de navegantes y árboles marinos son un manjar que acrecienta su ansia.

Espesa, su esencia se extiende hacia la superficie, parte en forma de tinta y limo, parte en forma de odio atemporal.

De un principio que es un fin…

Desde el agua y el aire, desde las oscuras esquinas de niebla, cada una de las arboladuras recibió el canto de Roncero.
Y su agonía mientras era presa de la desesperación.
Y su anhelo hecho onda.
También Hojatierna, también Nadir, y Pruno en el Barbiquejo.
Imposible no estremecerse ante tal canto.
En los profundos y antiguos bosques de la Costa Brumosa, lo oyó un roble también llamado Nadir. Lento, antiguo, con rumores de foresta, aquilatado por el canto que jamás esperaba ya oír, se acercaba al balcón de una ensenada pequeña.

En un esfuerzo titánico Pruno, Hojatierna, Nadir y el mástil del Barbiquejo han unido sus mentes, han dejado escapar de ellas su aliento, su aire, su empuje. Las brumas obedecen, el viento ayuda, las raíces se mueven libremente otra vez.
Delante de ellos, un torbellino de oscuridad se está tragando a Roncero. Y les golpea el eco mental de la inmensidad de la bestia que espera saciar un hambre de milenios.

Es demasiado. Hojatierna ha perdido casi todo lo que pudiera preservar su inocencia de niña marina.
Y en su mente se alojan dos mentes más.
De su espíritu estirado hasta el límite, a punto de deshacerse en jirones, nace una rabia, un temor y una fuerza indomeñables.
Hasta el último de sus nervios ha sido sacudido por el canto del sauce. Había amor en ese sonido quebrado.
Y odio en la risa que lo acompañaba.

Y la pequeña cierra el mundo en sus puertas y ve.

Ve a su madre asintiendo.
Ve a su padre sereno.
Ve a Baya, a Espora, ve a Pruno, ve a un Nadir satisfecho.

Y ve que donde yacían Otros su Sueño Azul, ahora hay caras plenas  de tranquila expectación.

Así, se acaba la espera.

Su mirada los abarca, los abraza, los consume, los respira.
Los libera. Hace una llamada.

El Mar de los Sargazos envuelve la vida y la muerte, atesora, confiere poderes.
Y si es necesario, si es llamado, acude.
El mundo puede perder algo de su Luz, pero no debe perderla toda. Y la Oscuridad Abisal acecha.

La llamada ha sido hecha. Y ha sido escuchada.

Y ya no hay Roncero, ni hay risas desquiciadas. Ya no hay bestia ni hay limo.

Tampoco hay Barbiquejo, Apagapenol,  no hay viejo y moribundo Nadir.

Sólo hay un mar en calma lleno de sargazos.
Y en la orilla, un roble callado, espectador.

Una de sus raíces toca el agua. Y su canto se eleva allende las almas.

Y su canto abarca espesuras de tiernos brotes marineros, y su canto devuelve los sargazos a su Mar.
En su canto abraza el anhelo imposible de ser marinero, de ser árbol vivo surcando libre la mar.
Las olas crecen, el agua sabe.
Del lejano Mar que es fuente de vida y es cementerio,
Canta que por siempre será ahora Guardián, Ancla del Alma y Timón del Tiempo.
La Oscuridad sumergida dentro.

Por último, en un susurro, canta suave, ya casi en silencio,

“Soy Nadir. Y Raíz. Y Pruno. Y su mástil, Jareta. Soy Roncero, Barbiquejo, Apagapenol.
Y sí…, también soy una dulce niña llamada Hojatierna”.

A descubierto…

Tras el último rasgueo de las cuerdas, El ministril guarda su arpa, bebe otro sorbo de fuerte vino, y abandona la vieja casa pescadora.

Pero antes de emprender su camino, se apoya brevemente en un viejo roble a la orilla del mar. En su mente, antes que en su memoria, siente unas palabras suavemente susurradas.

«…Y sí, también soy una dulce niña llamada Hojatierna”.

 

 

Primavera 2001 – Verano 2006 – Invierno 2013

Sea donde y cuando sea que estés, seguramente en la mar, ya  de los Sargazos, te quiero…

Gatita de Mitxel


remanentes…

remanentes.jpg

 

Canción ligera

Me quedas tú, y me donas tu alegría
con el dolor, y tu miel deleitable
con el acerbo aloe.
Me quedas tú, y la luz que tu alma cría
dentro la tenebrura inenarrable
de mi yo solitario:

Siempre loe
tu don ilusionario.

Me quedas tú, y el claro sortilegio
de tus ojos rïentes: con su hechizo
mi soledad se puebla.

Me quedas tú, y tu risa, cuyo arpegio
me embriaga, y tu tesoro de oro cobrizo
solaz del alma sola:

La gris niebla
tu regalo aureola.

Me quedas tú, y el filtro que tu ardida
boca frutal, sombreada, en mis febriles
resecos labios vierte.

Me quedas tú, la ingenua enardecida,
me quedas tú, la experta, de sutiles
tácticas retrecheras:

Vida. Muerte.
Lo que quieras.

León de Greiff

 


destierros…

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Contigo

¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.

¿Mi gente?
Mi gente eres tú.

El destierro y la muerte
para mi están adonde
no estés tú.

¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿qué es, si no eres tú?

Luis Cernuda