El lamento de Dor-lómin

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collares…

collares

Las joyas

Quiero cubrir de joyas tu cabello,
tu garganta y tu pecho, brazos, manos,
en memoria de todas las caricias
que te haga ahora y que te hice antes.

Como lluvia, las joyas en tus miembros,
como lluvia los besos de mi amor,
y bajo cada beso que se encienda
un nuevo resplandor, como una estrella.

Una joya por beso, que ilumine,
quieta noche, lo noble de tu cuerpo;
mas después del gran día, luego el día;
la esposa, sin las joyas, del esposo.

Joan Maragall

 


ritmos…

ritmos

Recostada mi oreja…

Recostada mi oreja
entre tus pechos
se adivinan minúsculos bisontes
–sin materia y sin peso–
corriendo libremente en tus praderas.

Oír el despertar de un bosque:
las puntas de los vellos erizados
por un viento sin ruido;
y allá, contento, el monstruo imponderable
que pasta en tu pellejo.

Oír detrás del corazón las olas quietas:
el gorjeo del silencio agazapado
en rincones sin aire;
leer en esa nada nuevos ritmos,
y nunca preguntar «¿qué piensas?»

Luigi Amara
México 1971


oscilaciones…

oscilaciones

 

Poema tres

La mujer de los pechos oscilantes
deja posar sobre ellos
a las mariposas,
al temblor de las hojas en la brisa,
al aullido del gato nocturno.
Sus dientes destilan un licor muy dulce,
se producen también circunstancias incitadoras de
fantasías
y hay más descripciones.
¿Qué se ha visto?
Madonas inasibles yacentes en pantanos perfumados,
sinfonías de lo profundo del ser en los más hondos
soles corporales,
vestigios de la dicha
cuya llama se irisa en la médula, un clamor
en la concavidad desolada del día.

Ella cubre sus muslos y sus brazos
con jaleas salvajes,
aceite de palmera sobre la arena suave,
a sus espaldas el insondable paisaje del océano,
vendedora de choclos calientes y jugo de ananá,
invoca la endemoniada dicha de vivir en un país de
la ribera de las moscas.
Frutas agujereadas, amores inhóspitos, deserciones,
pasajeros que esperan en vano que el tren se
detenga
mientras corre sin fin a través de los campos
polvorientos.

Enrique Molina

 


distancias…

distancias

Espera

Y tú me dices
que tienes los pechos vencidos de esperarme,
que te duelen los ojos de tenerlos vacíos de mi cuerpo,
que has perdido hasta el tacto de tus manos
de palpar esta ausencia por el aire,
que olvidas el tamaño caliente de mi boca.

Y tú me lo dices que sabes
que me hice sangre en las palabras de repetir tu nombre,
de golpear mis labios con la sed de tenerte,
de darle a mi memoria, registrándola a ciegas,
una nueva manera de rescatarte en besos
desde la ausencia en la que tú me gritas
que me estás esperando.

Y tú me lo dices que estás tan hecha
a este deshabitado ocio de mi carne
que apenas sí tu sombra se delata,
que apenas sí eres cierta
en esta oscuridad que la distancia pone
entre tu cuerpo y el mío.

José Manuel Caballero Bonald

 


carnalidad…

carnalidadPrincipio de la carne

Necesito la carne para amarte,
la carne enamorada, pero no
más allá de la tumba sino contra la tumba.
Tendido entre nosotros el temor
ha vencido su insomnio y se remansa.
¿Qué pensará la muerte ante la fiesta?
¿Pierde la compostura, suspende sus trabajos?

¡Antídoto, entusiasmo, derríbale las leyes,
ofrécele estos pechos de artesana
que señalan el norte y piden viaje!
Es lógico perderse, los guías se equivocan.
A veces el destino es blando y tibio y mueve
dos remos terrenales
que remontan la risa hasta el principio,
hasta el punto final de los comienzos.

Andrés Neuman

 


redondeces…

redondeces.jpg

Oda a la circunferencia

Se quebraron los bordes del polígono
y se hicieron flexibles las aristas.
La mañana es redonda y en sus curvas
hay labios circulares y sonrisas.

¡Oh, los giros del monte, los recodos
de las aguas plurales, cristalinas!
¡Oh, las aves que vuelan y consiguen
amenizar silentes geometrías!

¡Contornos de mujer. Pechos que buscan
el hueco justo y frágil de la brisa!
¡Caderas de metal, muslos guijarros,
oscuros ojos y mejillas nítidas!

Todo gira, se mece, se transforma,
su vuelve luz en la fragancia tibia
de la rosa de abril que se abre y vive,
porque vivir es causa curvilínea.

Como un coso de fiestas y clamores
quedó en la luz la curva concebida:
metamorfosis de la línea recta;
principio y fin de cuerpos y de aristas.

Enrique Morón
De «Odas numerales» 1972

 


lugares…

curiosidad.jpgNo es nada de tu cuerpo…

No es nada de tu cuerpo
ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre,
ni ese lugar secreto que los dos conocemos,
fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro.
No es tu boca  -tu boca
que es igual que tu sexo-,
ni la reunión exacta de tus pechos,
ni tu espalda dulcísima y suave,
ni tu ombligo en que bebo.
Ni son tus muslos duros como el día,
ni tus rodillas de marfil al fuego,
ni tus pies diminutos y sangrantes,
ni tu olor, ni tu pelo.
No es tu mirada -¿qué es una mirada?-
triste luz descarriada, paz sin dueño,
ni el álbum de tu oído, ni tus voces,
ni las ojeras que te deja el sueño.
Ni es tu lengua de víbora tampoco,
flecha de avispas en el aire ciego,
ni la humedad caliente de tu asfixia
que sostiene tu beso.
No es nada de tu cuerpo,
ni una brizna, ni un pétalo,
ni una gota, ni un grano, ni un momento.

Es sólo este lugar donde estuviste,
estos mis brazos tercos.

Jaime Sabines

 


despertares…

despertares.jpg

Llevo acostada largo tiempo…

Llevo acostada largo tiempo
en la orilla. Mis pechos
son colinas cubiertas de hoja seca.
Levanto la cabeza y me contemplo:
en mis muslos el vello a punto de ser vello,
me incorporo: la hierba a punto de ser hierba,
doy un paso y despierto al agua
a punto de ser agua,
se asusta un ave negra a punto de ser ave a punto
de ser negra…
Un resplandor me ciega:
el bosque me contempla, a punto de ser bosque,
a punto de ser tuya.

Chantal Maillard
De «Hainuwele» 1990

 


realidades…

realidades.jpg

La realidad y el sueño

Espesa turbulencia preside mis palabras.
Para mí, tú eres aún una doncella.
Dentro de mí, habito un nido de fantasmas,
un lecho de cigarras, casi un cielo infantil.

Tomándote los pechos, jugamos a ser niños.
Ríes. Rozo apenas tus párpados.
Inocente me miras.

Yo te beso en la boca y tu misterio se abre,
ávido de abrazos.
Mi cuerpo se abre en cruz.
Nuestras manos se estrechan.
Tu palpitante corazón deshoja mis latidos.
Dicen ser esto la alegría.

Yo te estrecho,
yo te estrecho.
Somos los dos turbias bestias
crucificadas en los brazos del otro.

El antiguo ensueño azul se desbarata.
He aquí la vida, hermosa y dura.

Jaime Labastida

 


evocaciones…

evocaciones.jpg

 

Contra mi tacto evocador me afano…

Contra mi tacto evocador me afano.
Con los más duros y ásperos pertrechos
he trabajado hasta dejar deshechos
por el hierro los dedos de esta mano.

Los quiero embrutecer, pero es en vano;
en sus fibras más íntimas, maltrechos,
aún guardan la memoria de tus pechos,
su tibia paz, su peso soberano.

Ni violencias ni cóleras impiden
que fieles y calladas a porfía
mis manos sueñen siempre en su querencia,

ni mil heridas lograrán que olviden
que acariciaron largamente un día
la piel del esplendor y su opulencia.

Tomás Segovia

 


ciclos…

ciclos

 

Algo debe morir cuando algo nace…

Algo debe morir cuando algo nace;
debe ser sofocado, y su sustancia
chupada para ser riego o lactancia
en que otro ser su urgencia satisface.

No habrá otra hora pues en que te abrace
mientras muerdo en la cándida abundancia
de tus dos pechos; no habrá ya otra instancia
en que tu cuerpo con mi cuerpo enlace;

no penetraré más en la garganta
anfractuosa de tu sexo alpino.
Tú a otra luz amaneces; yo declino.

Mi degollado ardor tu altar levanta,
mi reprimida hambre te alimenta,
y el yermo de mi lecho te cimenta.

Tomás Segovia

 


deseos…

deseos

 

Deseé alguna vez que un poeta me amase…

Deseé alguna vez que un poeta me amase

Ahora duelen sus poemas en mi cuerpo‚
algo de mí que en él se reconoce hasta quebrar la imagen
de todo lo que fui.
Ahora deseo que me amase tanto que dejara de amarme
y sus palabras fuesen nieve
que el sol de junio fundiese entre mis pechos‚
allí donde su aliento insiste en acallar
esta tristeza antigua que siempre me acompaña.

Chantal Maillard
De «Semillas para un cuerpo» 1988

 


consuelos…

consuelos

 

Mágicos sábados. Humildes días…

Mágicos sábados. Humildes días
de la consolación. -Transitaban tus pies
naranjas gigantescas y aldeas de ojos verdes
de las uvas con aspas en la trompa.
De un solo hachazo abrí tu puerta;
soplé en tus pechos la mirada
de un blues, esta canícula de hormigas
obscenas; (la mirada abierta
del escote fundó la desazón,
el martirio y la música).
Amantes sábados en la sartén
de la semana destazada a pulso.
Elegías mi mano, todavía
garra prendida al seno de una copa:
en ella naufragaban viejos dioses,
en tus aretes bruscos, balanceándolos.
Entonces empujé la puerta hasta mañana
en busca del gránate feliz para los pobres,
y di las buenas tardes a tus bloomers.
¡Azules trampas descended por fin!
Encendiste los días sábados
enfrentando los ojos a los míos
que espiaron la rendija anaranjada.
«¡Quién vive!» -dijo el centinela,
de bruces, escuchando el diálogo frenético
del viejo halcón amaestrado.
Giratorio melón en la escudilla mínima,
días sábados, albos para siempre,
amables como piernas en las cercas.
Y todavía contra la pared,
solamente empujando
sin atender tu dulce reticencia,
-al otro lado juegan niños verdes-
faldas arriba; el tiempo despuntado
desmadeja tus cómodos limones;
todavía en la puerta el minucioso beso.

Trepidaban las lámparas. Tejones
transparentes salían de la alfombra
hendiendo el polvo mancillado
en los rinocerontes de tus pechos felices.
Polvo errante caía;
cielo, demente torbellino,
en tu gránate a pájaros secretos.
Pero debo cerrar los ojos sábado,
pensar cómo llama la muerte.

Carlos Illescas

 


revelaciones…

A través

Doblo la página del día,
escribo lo que me dicta
el movimiento de tus pestañas.

*

Mis manos
abren las cortinas de tu ser
te visten con otra desnudez
descubren los cuerpos de tu cuerpo
Mis manos
inventan otro cuerpo a tu cuerpo.

*

Entro en ti,
veracidad de la tiniebla.
Quiero las evidencias de lo oscuro,
beber el vino negro:
toma mis ojos y reviéntalos.

*

Una gota de noche
sobre la punta de tus senos:
enigmas del clavel.

*

Al cerrar los ojos
los abro dentro de tus ojos.

*

En su lecho granate
siempre está despierta
y húmeda tu lengua.

*

Hay fuentes
en el jardín de tus arterias.

*

Con una máscara de sangre
atravieso tu pensamiento en blanco:
desmemoria me guía
hacia el reverso de la vida.

Octavio Paz

 


danzas…

 

Le verse

Acaricio tu frente y la lozana almohada de tus cabellos,
y las puntas de mis dedos posándose en tus ojos
reconocen en la piedra un celeste azul antiguo y amoroso.
¿Quién amores há,
cómo dormirá?

¡Si pudiera apartar de tu pecho las finas manos!
Tus blancos hombros volarían como palomas en la tarde
huyendo de la lluvia que mansamente cae.
¿Quién amores há,
cómo dormirá?

Esos tus pies que parecen las manos de una niña, ¿qué
caminos soñaron? ¿Y qué bailas?
-Ese bullicio de llamas y sombras agitadas
donde van  y vuelven y se desparraman los pies de la rubia
danzarina.
¿Quién amores há,
cómo dormirá?

Esa banda de seda que tu talle ciñe,
¿qué  amante de cálidos besos la trajo de Rocamador?
¿O quizá es un trozo de la brisa que abanicaba los avellanos de antaño?
¿Quién amores há,
cómo dormirá?

Alvaro Cunqueiro