El lamento de Dor-lómin

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desembocaduras…

desembocaduras

Caudal

Caudal es cantidad
de agua que transita en un segundo,
que viene al punto dado en la corriente.

Si no se especifica el sitio en el que mides,
si es el litoral, si es el meandro,
si hay un lugar de agua que te ignora,
pongamos que el lugar en el que mides
se acerca a lo que resta, te resta de la boca.

Así el caudal varía, según tú lo alimentes,
según la infiltración de afluentes que reciba.

El agua se evapora, se merma así el caudal
que viene a reponer el hombre en su trabajo,
la nieve si se funde, la lluvia en su estación
que mide y que se crece en el final.

Las piernas que se abren,
el agua que al abrirse desemboca.

Joaquín Pérez Azaústre
De «Delta» 2004

 


barnices…

barnices

Esto ya va mejor…

Esto ya va mejor.
Ya no le tengo miedo.

Y me complace que usted,
como quien no quiere la cosa,
haya fijado el barniz de sus ojos en mis piernas.

Almudena Guzmán

 


natalicios…

natalicios.jpgDesnuda

Amo tu desnudez
porque desnuda me bebes con los poros,
como hace el agua
cuando entre sus paredes me sumerjo.

Tu desnudez derriba con su calor los límites,
me abre todas las puertas para que te adivine,
me toma de la mano como a un niño perdido
que en ti dejara quieta su edad y sus preguntas.

Tu piel dulce y salobre que respiro y que sorbo
pasa a ser mi universo, el credo que se nutre;
la aromática lámpara que alzo estando ciego
cuando junto a la sombras los deseos me ladran.

Cuando te me desnudas con los ojos cerrados
cabes en una copa vecina de mi lengua,
cabes entre mis manos como el pan necesario,
cabes bajo mi cuerpo más cabal que su sombra.
El día en que te mueras te enterraré desnuda
para que limpio sea tu reparto en la tierra,
para poder besarte la piel en los caminos,
trenzarte en cada río los cabellos dispersos.

El día en que te mueras te enterraré desnuda,
como cuando naciste de nuevo entre mis piernas.

Roque Dalton

 


lejanías…

lejanias1.jpg

 

Pájaro lejano

Recuerdo aquel cristal de tiempo plano y frío.
Aquel amor primero.
Recuerdo su mullida voz blanquísima,
y aquellas dos columnas esbeltas de sus piernas.
Recuerdo su mirar de flores de azabache
y aquellas mariposas que, en su pecho colérico
de arena, se estrellaban.
Recuerdo la espiral violenta de su boca,
las fresas de sus besos,
y recuerdo que un día se perdió bajo tierra.
Y yo me volví loco, y se llenó mi cama
de nervios y de ardillas.

Pedro Gandía
De «Sábana Blanca-Sábana Negra» 1972

 


manantiales…

manantiales.jpg

 

Agua

Nubes, helechos rumorosos, piedras,
mi cuerpo anticipándose a los goces
en la colcha mullida de la hiedra;
la siesta me sazona con sus roces

y un tumulto de pájaros rehúye
el vasto territorio del desvelo;
extrañamente de mis dedos fluye
un manantial que sorbe el desconsuelo.

Mis piernas, los anhelos, mis caderas
en torrentes se fueron escurriendo;
era absurdo que tú los detuvieras
apenas desatados y muriendo.

Yo bien sé que me pierdo en lechos de agua
sin vislumbrar la lumbre de tu fragua.

Renée Ferrer (1993)

 


naturalezas…

1 rama bosque

 

El árbol

A un árbol, desnuda, subí cierta vez:
la lisa corteza mis muslos asían,
en húmedo musgo fincaba los pies.
Tan alto que, apenas, las hojas mojadas
del sol me cubrían
con sombra discreta,
me puse a horcajadas
en cómoda horqueta
y balanceaba feliz, al desgaire,
los pies en el aire.
De lluvia temprana, besando mi piel
las gotas rodaban del fresco dosel;
de zumo de flores bermejas tenía
las plantas, y el musgo mis brazos cubría.
Y al soplo impetuoso
del viento -al empuje de fuerzas internas-
el árbol hermoso
tremaba de vida…
Lo sentí de pronto, toda estremecida,
y apreté las piernas
y posé, entreabiertos, los labios en llama
sobre la vellosa nuca de la rama.

Pierre Louys
De «Las canciones de Bilitis»
Versión de Enrique Uribe White

 


consuelos…

consuelos

 

Mágicos sábados. Humildes días…

Mágicos sábados. Humildes días
de la consolación. -Transitaban tus pies
naranjas gigantescas y aldeas de ojos verdes
de las uvas con aspas en la trompa.
De un solo hachazo abrí tu puerta;
soplé en tus pechos la mirada
de un blues, esta canícula de hormigas
obscenas; (la mirada abierta
del escote fundó la desazón,
el martirio y la música).
Amantes sábados en la sartén
de la semana destazada a pulso.
Elegías mi mano, todavía
garra prendida al seno de una copa:
en ella naufragaban viejos dioses,
en tus aretes bruscos, balanceándolos.
Entonces empujé la puerta hasta mañana
en busca del gránate feliz para los pobres,
y di las buenas tardes a tus bloomers.
¡Azules trampas descended por fin!
Encendiste los días sábados
enfrentando los ojos a los míos
que espiaron la rendija anaranjada.
«¡Quién vive!» -dijo el centinela,
de bruces, escuchando el diálogo frenético
del viejo halcón amaestrado.
Giratorio melón en la escudilla mínima,
días sábados, albos para siempre,
amables como piernas en las cercas.
Y todavía contra la pared,
solamente empujando
sin atender tu dulce reticencia,
-al otro lado juegan niños verdes-
faldas arriba; el tiempo despuntado
desmadeja tus cómodos limones;
todavía en la puerta el minucioso beso.

Trepidaban las lámparas. Tejones
transparentes salían de la alfombra
hendiendo el polvo mancillado
en los rinocerontes de tus pechos felices.
Polvo errante caía;
cielo, demente torbellino,
en tu gránate a pájaros secretos.
Pero debo cerrar los ojos sábado,
pensar cómo llama la muerte.

Carlos Illescas

 


busquedas…

 

Mujer en camisa

Te amo así, sentada,
con los senos cortados y clavados en el filo,
como una transparencia,
del espaldar de la butaca rosa,
con media cara en ángulo,
el cabello entubado de colores,
la camisa caída
bajo el atornillado botón saliente del ombligo,
y las piernas,
las piernas confundidas con las patas
que sostienen tu cuerpo
en apariencia dislocado,
adherido al journal que espera la lectura.
Divinamente ancha, precisa, aunque dispersa,
la belleza real
que uno quisiera componer cada noche.

Rafael Alberti