El lamento de Dor-lómin

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ánimas…

alma.jpgAlma desnuda

Soy un alma desnuda en estos versos,
Alma desnuda que angustiada y sola
Va dejando sus pétalos dispersos.

Alma que puede ser una amapola,
Que puede ser un lirio, una violeta,
Un peñasco, una selva y una ola.

Alma que como el viento vaga inquieta
Y ruge cuando está sobre los mares,
Y duerme dulcemente en una grieta.

Alma que adora sobre sus altares,
Dioses que no se bajan a cegarla;
Alma que no conoce valladares.

Alma que fuera fácil dominarla
Con sólo un corazón que se partiera
Para en su sangre cálida regarla.

Alma que cuando está en la primavera
Dice al invierno que demora: vuelve,
Caiga tu nieve sobre la pradera.

Alma que cuando nieva se disuelve
En tristezas, clamando por las rosas
con que la primavera nos envuelve.

Alma que a ratos suelta mariposas
A campo abierto, sin fijar distancia,
Y les dice: libad sobre las cosas.

Alma que ha de morir de una fragancia
De un suspiro, de un verso en que se ruega,
Sin perder, a poderlo, su elegancia.

Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como más se entrega.

Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.

Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.

Alfonsina Storni

 


1968-1991 Por ti voy vestida con embozos de grandes sábanas…

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La mano se hunde bajo su propio peso
en la oscuridad del reflejo roto,
vibrado,
ya perdido.
Y en la memoria del parpadeo queda el eco
de una almohada de pelo negro:
bruñido escudo de pensamientos fugitivos.

Yo te besaba en la palma hueca
y mis besos carecían de labios.

El agua se vuelve grito
cuando la caricia sobrevuela disoluciones
y los posos alquitranados componen,
descompuestos,
trozos de rasgos ya olvidados.
Detrás de la mano queda
la huella de viejas intenciones.
Sabores que sólo conocen los caminos de la vigilia.

Como una hoja caduca te he perdido el rastro.
Estás tan oculto entre las tapas de los libros…

Aquella señal dolida de tus titubeos me emociona:
una simple lazada en la zancadilla de la inconsciencia.
La cresta de minúsculas olas
borra lo que nunca fue
sino proyección de mi febril deseo de recuperarte,
poeta.

Llueve sobre tus párpados cerrados
con espuma de sonrisas ahora rotas.
Algunas fueron mías.
Y pestañeas dentro de la conjetura:
sigues siendo tú.

Por mi mano aún resbala tu mejilla.

El goteo de tu rostro sobre el firme me aquilata.
Engarzada en el espejo te observo, ubicua.
Mis ojos no te ven.

Ya no estoy aquí.
Pero no importa.

Ellos leían a Quino cuando yo te disfrazaba de números,
y, sobresaltada, te hacía cifra irreverente,
descubierta, que no prendida.
¡Cuántas veces yaciste, sin saberlo, con la trigonometría!

Y luego, entre el embozo de mi oreja
y la luz de una linterna,
cuánto bostezaste ya leído, ya sabido.
Siempre escoltado por versillos en los márgenes,
derramado entre los dedos que te subrayaban…
La risa de tus palabras mezcladas con mi hipo
y el dolor de las entrañas.
Una vez fui mujer, y tú, cómo no, lo supiste.

Y llegó el momento de encontrarnos.
En mí temblando la alegría de la ignorancia.
¡No saber que eras tú!
Te acercaste con tu taza de café en la mano sentida.
Yo te di unas galletas.
Sólo gracias.

Eras de carne.
Los poetas también meriendan.

Despacio, avanzando aún por caminos transitables
en los que mis pies te pisaban las huellas,
buscándote sin saberte,
encontrándote donde no te buscaba.
Y te rocé esos dedos ya pecosos.
Y no caí fulminada.
Jugando con la sangre
de la sangre de tus venas,
me perdía en espirales desgranadas:
conversaciones entre gatos y nubes.
La niña Susana.

Y me enseñaron tus fotos inéditas
ahogado por un mar de nietos.
Esta es tu hija. Esta, tu mujer.
También entonces conocí a mamí.
Qué rápido me hizo suya.

Sí, te he conocido.
Y tú has dicho mi nombre.

Descansa, viejo amigo.
Duérmete otra vez.

He vuelto la vista atrás
por si había algún camino a mi espalda.
Te ví en aquel charco callejero
mientras buscaba a la que me habita.

Los dos con la cara mojada.

Sigue siendo llanamente el gato
ese gato que siempre hubo
y que siempre estuvo en ti.

Buenas noches, Gerardo Diego.
Buenas noches, al fin.

Gatita de Mitxel    Elegía a un poeta amigo, 1991